domingo, 6 de diciembre de 2009

Tópicos y tipismos: ¿Así somos los malagueños? (La Opinión de Málaga)

Tópicos y tipismos: ¿Así somos los malagueños?

Los expertos sostienen que no se puede hablar de una identidad común en la provincia. El fútbol, los toros y la Semana Santa, la triada más representativa

 

LUCAS MARTÍN. MÁLAGA Las portuguesas tienen bigote, las francesas son casquivanas, los alemanes, autoritarios. Desde que el mundo rueda, existen los tópicos. Si se habla de Sevilla, aquí añaden un´olé´ desdeñoso y a los granadinos se les reconoce, al menos a nivel popular, por una dulzura de trato similar a un adoquín con grilletes de hielo. De los malagueños se dicen muchas cosas. Que si andan a la gresca, que si lo único que les mantiene vivos es la Semana Santa, que son más chauvinistas que un francés embarazado de sí mismo.
Puede parecer gratuito. Probablemente, lo sea. Pero, ¿qué dicen los sociólogos? ¿De qué habla la estadística? En líneas generales, aluden a la imposibilidad de trazar una identidad conjunta, apelan a la diversidad, al cosmopolitismo. Los datos, sin embargo, describen otra certidumbre. Y no son los únicos.
Si la política refleja al grueso de la sociedad, la provincia tiene ya máscara y caricatura. Basta con que salgan a la luz las preferencias de los concejales para completar el dibujo, el abrupto estereotipo. Esta semana, el famoso edil Manuel Marmolejo ha presentado su dimisión y con ella han saltado a la palestra algunas de sus aficiones. ¿Imaginan cuáles? Una pista: no están relacionadas con el hardcore ni la poesía finesa. La cofradía, el club náutico, el atletismo. ¿Música? Pasión Vega y Julio Iglesias.
Algunos podrán hablar de quintaesencia, de malagueño superlativo, otros impugnarán la representatividad de la imagen. Las preferencias del ex concejal son compartidas por buena parte de la población, pero también existen otros grupos que permiten establecer distintos perfiles, igualmente mayoritarios. Julián Sesmero, periodista y autor de numerosas obras sobre Málaga, va más allá y apuesta por una identidad desmigajada, por costumbres irreconciliables y subordinadas a la extracción social e, incluso, a la adscripción al barrio.
El experto documenta su observación con una ingente cantidad de referencias que glosan la pluralidad de tradiciones, entre ellas, el acento y los villancicos, que, hasta hace unas décadas, variaban en un radio de cinco calles. La definición del malagueño está sometida a matices. El hombre no es una célula estanca. O casi. Le puede gustar el fútbol y no odiar los toros, la Semana Santa y el hockey. Las combinaciones son infinitas, pero la triada clásica aparece casi siempre: balompié, la fiesta nacional, la religiosidad sobre los hombros.
Las categorías, hasta este punto, implican al resto de Andalucía. La exclusividad del malagueño merece una mirada más honda. No es cuestión de atender a los colores de la camiseta, a hombres de trono con ropa ligera y tatuajes. De eso se ocupa el Instituto Nacional de Estadística, que da crédito a más parámetros. En Málaga, también existen otros nexos, otras latencias, aficiones masivas más heterodoxas. El golf gana adeptos, el perfil se adecúa a la cultura del palo. La provincia ocupa el primer lugar de la región en jugadores federados. Más que un atributo, parece la herencia fácil de las infraestructuras, de la acumulación de campos. Eso no quiere decir que el deporte sea más popular que el Cautivo. La provincia no es la Ryder Cup. Muchos malagueños lo único que entienden por golf es una onomatopeya para cantar en La Rosaleda mientras se consume un bocadillo de mortadela.
Más universal es el apartado cinematográfico. De acuerdo con los últimos datos, los malagueños van al cine más que el resto de los andaluces, pero no precisamente para disfrutar del modelo del que hace gala su principal evento. Las películas extranjeras, rotundamente americanas, ganan por goleada, a excepción de las patrocinadas por algún superhombre del terruño, como el laureado Antonio Banderas.
En pintura, las preferencias están claras. A pesar de la influencia de Picasso, el gusto de los malagueños se desvía por corrientes más tradicionales. Félix Revello de Toro es el artista más valorado, aunque también aquí resaltan sonoras diferencias.
En cuanto a las costumbres de pareja, los malagueños no parecen demasiado originales. La mayoría, como en los cuentos de hadas, acaban casándose, si bien ya lo hacen a una edad bastante más avanzada, los 30 años. El rito, de preeminencia católica, varía, pero mantiene un requisito común: la hipoteca, compartida, en la mayoría de los casos.
Quizá lo más común en el perfil de los malagueños estribe en el carácter. Según el escritor Diego Ceano, las virtudes más representativas son la alegría y el clima, legado del clima que tanto entusiasma a los alemanes. Pese a que, en algunos casos, abominen de sus consecuencias. Carlos Honkawaara, estudiante de español procedente de Hamburgo, asegura no entender nada: "Me encuentro con amigos de aquí, me abrazan y luego, en lugar de hablar conmigo, se van, no se paran ni un minuto", dice. Ruidosos, cantarines, futboleros, amigos del flamenco pop, de los deportes de mar y de la Semana Santa. Así es el estereotipo del malagueño, casi coincide con el tópico. Luego están sus habitantes, diferentes entre sí, allá donde la premisa no es válida.