viernes, 11 de septiembre de 2009

En el cortijo de Herodes (Málaga Hoy)

En el cortijo de Herodes

Ser niño en Málaga es un problema l Los pequeños no sólo son los primeros perjudicados por la suciedad y el mal estado de las calles, sino que además deben soportar el cinismo de ver las pocas áreas dedicadas a ellos impracticables y en deplorables condiciones higiénicas l Futuro, aquí, no hay

| Actualizado 11.09.2009 - 01:00
 

Subirse a un columpio en esta ciudad entraña serios riesgos: nunca se sabe lo que puede aparecer en cualquier parte.

 

UNA de mis novelas favoritas es la primera de Kenzaburo Oé, Arrancad las semillas, fusilad a los niños. Trata de un grupo de adolescentes hacinados en un reformatorio japonés que, al estallar la Segunda Guerra Mundial, son evacuados a una aldea remota, anclada en el Medievo, cuyo alcalde recibe a los precoces delincuentes advirtiéndoles de que está dispuesto a acabar con las malas conductas "desde la semilla". Poco después, al declararse una epidemia, los vecinos de la aldea huyen y abandonan a los chicos a su suerte. Hay otras novelas y películas que tratan temas similares, pero en ninguna se ha expresado con tanta claridad la voluntad y determinación de la especie humana de acabar con su estirpe, de someterla a las mayores vejaciones y los más terribles abusos hasta eliminarla, como signo de su condición: el precio a pagar a cambio es razonablemente asequible. Sale barato. Me he acordado a menudo de esta novela y su título en las últimas semanas, especialmente en no pocas ocasiones en que me he propuesto salir de paseo con mi hija Irene, de quince meses. Habrá quien ya en esta línea me considere un exagerado, y posiblemente no le falte razón; pero en el mismo plazo referido he tenido que soportar algunas situaciones no sólo desagradables e injustas, sino sencillamente denunciables, y creo que a veces hay que ser exagerado para que el toque de atención cale. Ni siquiera me importa parecer injusto, porque tengo la impresión de que mi afrenta, por más que me empeñe, no alcanzará el nivel de sangría de la que propone esta ciudad, sucia e inhabitable.

Ya he escrito algún que otro artículo sobre la situación de indefensión que sufren los más pequeños en Málaga. Puede que a más de uno esto le suene a chiste, pero mi valoración, y la de no pocos padres, es de gravedad seria. Quienes primero sufren las consecuencias de que la basura se amontone en rincones insospechados del propio centro histórico son los niños, sencillamente porque ellos la tienen más cerca. Bajar a Irene del cochecito e invitarla a que camine significa ir detrás de ella e impedir, a cada paso, que tome del suelo las peores clases imaginables de desperdicios. Ya en marcha, hay que enfrentarse a las aceras destrozadas, los bordillos hechos añicos o insalvables después de un paso de cebra, las señales de tráfico clavadas con un profundo sentido de la insolidaridad y el chapoteo que continuamente cae a la calle desde los aparatos de aire acondicionado. ¿No habían prohibido tenerlos instalados así? No importa. Uno busca refugio en un área de columpios, pongamos la del Paseo del Parque. Los columpios en cuestión son demasiado grandes, sólo útiles para niños de más de cinco años. A los menores no se les presupone la existencia. Además, en su mayoría están rotos, manchados de Dios sabe qué o quemados por todas partes con colillas. Pero por más que uno apechugara con estas deficiencias resultaría inútil: los balancines y toboganes están ocupados por niñatos y otros especímenes de mayor edad que beben tranquilamente sus latas. A ver quién les pide paso para que Irene juegue un rato. Entonces uno cae en la cuenta de que hay demasiadas moscas, y no hay que investigar demasiado para hallar los depósitos orgánicos que las atraen. Lo mismo ocurre en otras áreas públicas infantiles, en el centro o en los barrios. En la mayoría. Las he probado casi todas.

Y mientras tanto, el alcalde anda tan contento con sus impuestos. De poco le sirven, visto lo visto. Cuando estos días me he topado con las fotos de los miembros de la corporación municipal, me he preguntado en qué diantre están pensando. ¿Es que no tienen hijos? ¿Tanto se desentienden de ellos quienes sí los tienen? ¿A tantas actividades extraescolares los han apuntado en sus exquisitos colegios? No encuentro otra explicación para ellos que una intención decidida por el daño. En serio, no la encuentro.